Las noches de Madrid tienen esa magia, luces que brillan como si quisieran contar algo. Estaba en un bar del centro, revisando BTC Sugar Dating en mi móvil. Su mensaje apareció: “¿Cena esta noche? Un BTC.” Directo, sin rodeos. Así es esta app: tratos claros, sin promesas vacías. Pero a veces, el corazón se cuela.
Se llamaba Diego, unos 35 años, tranquilo, con un jersey negro sencillo. No era de los que presumen de dinero, pero sus ojos tenían historias. Quedamos en un restaurante italiano pequeño en Chueca, con velas y olor a albahaca. Pidió vino, sonrió: “No suelo beber, pero hoy quiero algo diferente.” Su voz me frenó en seco. Esto no era solo un negocio.
La primera cita fue fácil, como charlar con un amigo de siempre. Me preguntó por qué estaba en BTC Sugar Dating, y yo, encogiéndome de hombros: “Para vivir un poco mejor, ¿no?” Asintió, sin indagar más, como si lo entendiera. Al final, me envió el Bitcoin por la app – rápido, transparente, como promete la plataforma. Mi monedero tenía un BTC más, pero yo sentía un vacío raro.
La segunda vez, me llevó a una terraza con vistas a la Gran Vía. La brisa era fresca, y él empezó a hablar de sí mismo. Trabajaba en tecnología, había luchado desde cero, pero ahora, con dinero, se sentía solo. “No busco amor aquí,” dijo bajito, “solo alguien que me escuche.” Mi corazón se apretó. BTC Sugar Dating no es solo un mercado, es un lugar donde almas solitarias se cruzan.
En la tercera cita, paseamos por el Retiro, el atardecer teñía el cielo de naranja. Dijo: “Me da miedo estar solo, pero soy pésimo en relaciones.” Bromeé: “¿Y si pruebas el amor de verdad?” Sonrió con tristeza: “Es complicado. Aquí sé que no finges quererme por mi dinero.” Sus palabras me golpearon. ¿De verdad solo estaba vendiendo mi tiempo? ¿O empezaba a importarme?
Nuestros encuentros dejaron de parecer trabajo. Me escribía sobre libros que leía, se reía de mi obsesión por los lattes de vainilla. Una vez, con un BTC, dejó una nota: “No por tu tiempo, sino por tu sonrisa.” Mi corazón dio un vuelco. Empecé a esperar sus mensajes, ignorando otros matches en la app. Peligroso, lo sabía.
La última vez fue en la azotea de un hotel, de noche. Madrid brillaba, pero él estaba callado. “Me voy,” dijo al fin. “Trabajo en Londres.” Mi estómago se hundió, pero sonreí: “Suerte.” Me miró como si quisiera grabar mi cara en su memoria, y envió un último BTC. “Gracias por hacerme sentir menos solo,” dijo.
Desapareció después. Sin mensajes. BTC Sugar Dating seguía funcionando a la perfección, mi monedero estaba lleno, pero mi corazón vacío. Pensé: si lo viera otra vez, le diría que no quería solo su dinero, sino darle el mundo entero.
Esta app nos unió y nos separó. Creí que era solo un trato, pero encontré algo de mí misma. Quizás ese es el encanto de BTC Sugar Dating: empieza con un contrato, pero termina con sentimientos que no se pueden comprar.