Pagué con Bitcoin por sus 60 minutos, pero se quedó toda la noche

En el resplandor de los neones de Madrid, creía estar curada de encuentros fugaces. BTC Sugar Dating era para mí solo una plataforma de tratos claros: yo doy tiempo, tú das Bitcoin, sin ataduras. Pero esa noche, pagué por 60 minutos de su compañía, y él me dio una noche entera de verdad.
 
Me llamo Alba, 28 años, diseñadora freelance. La vida está bien, pero hay un vacío que no explico. Mis amigos dicen que soy demasiado cerrada, que esquivo el amor como si fuera una trampa. Tal vez, pero estoy harta de promesas vacías. Me apunté a BTC Sugar Dating por impulso, sin nada que perder. Su perfil era sencillo: 32 años, trabaja en tecnología, le gustan las pelis y pasear de noche, foto borrosa de una taza de café. Le escribí sin más: “¿Charla rápida el finde? Una hora basta.” Respondió rápido: “Vale, elige sitio.” Luego mandó un pequeño pago en Bitcoin, con nota: “60 minutos, trato hecho.” Sonreí—directo al grano.
 
Quedamos en un bar de Malasaña, luces tenues, jazz de fondo. Ya estaba en una esquina, con un jersey negro simple, como sacado de una peli indie. Se levantó, sonrió: “Tienes más chispa que en tu foto.” Puse los ojos en blanco—qué cursi—pero me senté, lista para mi hora.
 
Pero todo se torció. Se llamaba Marcos, no era de los que sueltan piropos vacíos. Hablaba pausado, pero cada palabra me llegaba. Me preguntó cómo estoy, dije sin pensar: “La vida es una carrera sin fin.” No se rió, me miró: “¿Paras alguna vez a respirar?” Me quedé helada—nadie pregunta eso. Contó de él: un tipo normal en tecnología, estresado, insomne, sin nadie con quien hablar de verdad. “Estoy en BTC Sugar Dating para ser yo mismo con alguien, aunque sea solo una hora.”
 
El corazón me dio un vuelco. Mi sonrisa “profesional” se rompió. Hablamos de cine—le encanta Her por su crudeza emocional. Bromeé: “¿Un techie viendo eso?” Sonrió: “Los techies también tienen corazón.” La hora pasó, pero no paré. Pidió otra ronda: “No tengo prisa esta noche. ¿Tú?” Me encogí de hombros: “Da igual.”
 
Charlamos hasta la madrugada. De la infancia—le encantaban los paseos con sus padres, yo tenía recuerdos parecidos. De noches sin dormir—él escucha jazz, yo me refugio en pelis viejas. Era como encender lucecitas en nuestra soledad. Esa noche, no mencionó el Bitcoin, y olvidé que era un “trato”. Al salir, el cielo clareaba. Me acompañó al metro, dijo: “Gracias, de verdad.” Sonreí: “Esto fue más de 60 minutos.” Negó con la cabeza: “Esto no lo compré. Tú me lo diste.”
 
En casa, abrí BTC Sugar Dating, miré su perfil, con un nudo en la garganta. Los Bitcoins están en mi cartera, pero el valor de esa noche? Incalculable. En una ciudad de máscaras como Madrid, BTC Sugar Dating me llevó a él—alguien que rompió las reglas con sinceridad. Pensé que compré su tiempo, pero él me dio una noche más valiosa que el dinero.